Con la entrada del otoño, en muchos lugares de Extremadura se pueden ver columnas de humo, en especial en los llanos cerealistas de secano, aunque los cultivos de regadío, no se quedan al margen. Donde hubo trigo, cebada, avena o maíz y girasol, se transforman en suelos ennegrecidos por efectos de la quema de los residuos orgánicos restantes de las cosechas. No es nuestra intención analizar las disposiciones legales que regulan estas prácticas, entre otras cosas porque con los vaivenes políticos los hay también de enfoques sobre estos temas.
Ya hace años que algunas de las personas que hoy formamos FONDENEX iniciamos “una cruzada” contra la quema de las rastrojeras. Legalmente se consiguieron avances, incluso la prohibición total de estas prácticas, pero hay una parte de la sociedad agrícola que todavía no ha comprendido que con estos fuegos en los llanos extremeños se atenta contra la fertilidad de la tierra, de esa fertilidad de la que tanto depende el campo de Extremadura.
Es todavía creencia de algunos sectores de agricultores que la quema de los rastrojos no sólo es buena porque hace más sencillo el trabajo de laboreo de las tierras, sino, y esto es lo más chocante para cualquier técnico agrícola, que mejora la producción de los cultivos venideros. Hay “razones” que se han repetido durante años, y ya se sabe, una mentira que se repite muchas veces, al final se hace “verdad”: que las cenizas enriquecen los suelos; que el fuego erradica las semillas de las malas hierbas; que así se combaten muchas plagas… Y si encima, la Administración autorizó estas prácticas durante décadas… no debía ser malo.
Pero desde FONDENEX no lo vemos así. Ni somos políticos ni sindicalistas. Simplemente técnicos. Y como tales queremos lo mejor para los agricultores extremeños, de estos héroes, que así hay que llamarles ya, que no tiran la toalla a pesar de todas las zancadillas que desde múltiples instancias les ponen.
Quemar los rastrojos que han quedado después de cosechar, lo que consigue es empobrecer el terreno en materia orgánica, cuya presencia es fundamental para fertilidad del suelo. Por debajo de un 2% de materia orgánica, los microorganismos presentes en las tierras dejan de actuar y ello llevar a su desaparición, con lo que se consigue es la mineralización de esos suelos. Esto es muy grave en el secano, pero en los cultivos de regadío se puede convertir en un cataclismo si no se instaura una solución adecuada.
En países con una agricultura muy desarrollada y moderna, a nadie se le ocurre prender fuego a las rastrojeras. Tienen a su disposición maquinaria capaz de trocear cañas, incluso las más gruesas, y arados que permiten voltear y enterrar los rastrojos a la profundidad que se quiera. Y para acelerar la descomposición de la materia orgánica en el suelo, es de sobra conocido el positivo resultado que da la adición como “anticipo de cultivo” de ciertas dosis de nitrógeno amoniacal o amídico por hectárea, nitrógeno que después será liberado por los microorganismos y puesto a disposición de las plantas a favor de la próxima cosecha.
Quemar rastrojos es una señal “tercermundista”, que los buenos agricultores extremeños tienen que abandonar y que revela el bajo nivel de profesionalidad de quienes todavía la practican, unas veces por ignorancia, otras por costumbre y otras, porque nadie les ha explicado las nefastas consecuencias de tal práctica.
La Consejería de Agricultura debe desarrollar una campaña de mentalización de buenas prácticas agrícolas que conduzcan a nuestra agricultura a una posición de vanguardia, eliminando atavismos muy perjudiciales.
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Manuel Martín Alzás
Vicepresidente de FONDENEX
Biólogo y profesor de Biología