Toros de D. Victorino Martín.
Hace ya muchos años, a principios de la década de los ochenta del siglo XX, se me invitó, en mi calidad de Secretario General de ADENEX a un programa de radio sobre “los toros”. Había también un torero, un empresario, un antitaurino y un alcalde que quería celebrar corridas en el mal llamado anfiteatro de Mérida (en realidad, es un circo). El debate estuvo muy bien, y al salir, el torero, por aquel entonces una figura de máximo nivel, me expresó su sorpresa: “Tú que eres ecologista, pareces más taurino que yo”.
En el mundo conservacionista hay posturas para todos los gustos con respecto a los toros: quienes están en contra (una minoría); a quienes no les gusta, pero no se oponen, un porcentaje importante, quizás mayoritario, y finalmente a quienes nos entusiasma la fiesta nacional y la defendemos. A mí me costó trabajo al principio posicionarnos a favor de la tauromaquia. Después, FONDENEX se ha posicionado entre los defensores del toro bravo y todo lo que le rodea.
Extremadura cuenta con casi un millón y medio de hectáreas de dehesas de encinas (principalmente), alcornoques y otras especies. De esta cantidad, unas 60.000 se dedican a la crianza, y recalco yo, la conservación del toro bravo. Casi 300.000 hectáreas tienen como finalidad en España albergar ganaderías de toros de lidia, y en los campos extremeños tenemos casi el 20% de esta superficie, con unos 120 hierros.
¿Y qué es la dehesa? Pues una tierra poblada de encinas, alcornoques u otras especies, que proviene de un término latino “defesa”, un terreno que se acotaba para pastos y aprovechaba la fertilidad que los árboles daban al suelo. Es una explotación ganadera que se pierde en los tiempos, pero que durante siglos ha sostenido la economía de amplias zonas del oeste y suroeste peninsular.
En cuanto a biodiversidad, una dehesa es un “arca de Noé”. No sólo hay que considerar los animales silvestres que crían en nuestros encinares y alcornocales adehesados, sino los que se alimentan en estos hábitats. Joyas de la fauna ibérica, como el Sapo Partero Ibérico o “sapillo de los encinares”, endemismo que vive entre la cuencas de los ríos Tajo y Guadiana, en todo el mundo; el Elanio Azul, que nidifica en encinas de dehesas aclaradas; multitud de aves insectívoras, etc… Pero las dehesas son territorios de caza fundamentales para la supervivencia de muchas especies en peligro de extinción, como el Águila Imperial Ibérica, el Águila Perdicera, carroñeros como el Buitre Negro o mamíferos como el Lince Ibérico. Y en invierno, albergue fundamental para aves procedentes del norte de Europa, con las grullas como símbolo.
El futuro de miles de hectáreas de dehesas en España depende del toro bravo, y éste, de la existencia de las dehesas. Muchas fincas de encinares no habrían llegado hasta nosotros, en el siglo XXI, si no se hubieran dedicado al toro de lidia: éste fue un eficaz defensor de nuestras dehesas cuando en los años sesenta y setenta del siglo pasado, uno de los “deportes nacionales” era arrancar encinas bajo la permisividad (y hasta impulso) del ICONA y del IRYDA. El toro bravo ha sido un elemento fundamental para conservar, no sólo nuestras dehesas, que se disponen en los terrenos llanos, sino los bosques y matorrales mediterráneos que normalmente las circundan, hábitats de cría y nidificación de especies de aves, mamíferos, reptiles y anfibios muy valiosas.
La tauromaquia, arte de lidiar toros, posibilita la crianza y la conservación de una especie única en el mundo, procedente del antiguo “uro”, porque estos orgullosos animales, no sirven para otra cosa que para ser lidiados. Es decir: si no existieran corridas de toros, el toro bravo posiblemente desaparecería o se vería relegado a una población residual y testimonial, como la Blanca Cacereña: una joya que esperemos que no desaparezca.
Pero la tauromaquia no es sólo lidiar toros, sino que conlleva a su alrededor, aparte de la conservación de hábitats naturales y seminaturales de gran valor, protegidos por la Unión Europea, la conservación de gran cantidad de tradiciones culturales, de edificios singulares (fundamentalmente plazas de toros), de diversos aspectos artísticos como pintura o literatura, y hasta cine: no en balde ha sido declarada patrimonio cultural español con el deber de ser protegido por los poderes públicos (Ley 18/2013).
No se puede terminar esta exposición sin hablar de dos factores. El toro de lidia da trabajo en España a unas 60.000 personas, y esto no se puede olvidar, porque además, son muchas más las que se benefician si consideramos a las familias, que podrían alcanzar, en una estimación a la baja, casi 200.000 personas.
Y no rehúyo el aspecto polémico: animalistas, ecologistas y ciertas corrientes políticas que quieren acabar con la tauromaquia. Desde que entré en mi periodo juvenil, tuve claro dos cosas: quería ser médico (soy ginecólogo), para salvar vidas, y quería también dedicarme a la protección de los animales. ¿Cómo engrana esto con ser taurino? Yo no lo veo complicado: no me gusta el sufrimiento de los animales, por supuesto, he dedicado gran parte de mi vida a evitar la desaparición de especies en peligro de extinción, pero disfruto viendo una corrida de toros, ese duelo entre animal y hombre, ese arte que es el toreo y cuando se indulta un toro, es la mayor satisfacción que podemos tener los que somos partidarios de la tauromaquia. Un toro de lidia es feliz en la dehesa los años que vive en ella, normalmente de tres a cinco. Más que un perro en un piso o un loro en una jaula. Me gustaría que quienes se oponen con tanto énfasis a las corridas de toros, por unos motivos que respeto pero no comparto, tuvieran la misma energía para oponerse a los abortos sin justificación médica. ¿O es que un toro vale más que la vida de un feto?
Francisco R. Blanco Coronado
Presidente de FONDENEX